Como un transeúnte del tiempo, Armando Villalón recorre la ciudad siguiendo sus propios pasos, recogiendo los recuerdos de su terruño pero dejándose sorprender por los cambios que han sufrido las calles de su propia existencia. En las escenas urbanas el artista enfatiza los planos con el recurso de la luz. La aparición de colores complementarios en la paleta provee a la obra de una dinámica luminosidad que inspira movimiento. Juegos de sombras acompañan cada objeto y lo revisten de dramatismo y melancolía. En algunos casos la composición parece onírica, como ese momento en el sueño del que no se tiene noción del comienzo o el fin, sólo un instante que se perpetúa indefinidamente.